martes, 16 de febrero de 2016
Ruido
Nunca me gustó el silencio. De verdad. Me dicen que soy inquieta, y no es que yo me considere movida, pero no me gusta nada el ruido del silencio. No me gusta, porque me vuelvo sorda. Necesito estar en movimiento.
Necesito el ruido de manera constante. Cuando era chica, cuando mi madre se tumbaba en la cama, y cerraba los ojos, yo iba corriendo a pedir que los abriera y me ponía tremendamente nerviosa. Imaginaros, yo era tan pequeña que no recuerdo esos momentos ni lo que yo sentía para decirle aquello.
Y cada año que pasa, me gusta menos el silencio. Siempre tengo que estar haciendo cosas, en pleno movimiento con pleno ruido. Y esto se hizo todavía más fuerte cuando tuve mi tercer aborto y coincidió con el fallecimiento de mi mejor amiga.
No me importa decirlo: necesito movimiento. No tengo miedo de estar conmigo misma, sólo es que me gusta el ruido, demasiado, me encanta el movimiento. Lo reconozco, yo soy diurna, del sol y de todos los ruidos posibles, música, pasos, tele, conversaciones... yo soy amiga de todo aquello que no me deje sorda ni por un segundo de mi vida, y si hay algo que me ensordece, ése es el silencio.
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