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martes, 31 de enero de 2017



Hay palabras que simplemente me parecen bonitas. Y una de ellas, por extraño que parezca es "desquicio", según el Diccionario de la Real Academía de la Lengua viene a significar "confusión". Y leyendo el significado me parece aún más asombroso que me guste una palabra así cuando yo soy esa típica persona que me gusta tener las cosas bajo mi control y las situaciones fuera de mi control me ponen tremendamente nerviosa, a pesar de que siempre intento parecer tranquila y relajada y muchas veces consigo parecerlo al resto del mundo, o quizás ese mundo me hace ver que me creen ;)

En fin, desquicio, bella palabra porque quizás simplemente me gustas por lo mucho que me desquicias a veces.

martes, 24 de enero de 2017

Un botón de nácar


Pensó que se tragó un botón. Un botón de nácar. Y la ansiedad subía por el pecho y lloraba, lloraba sin parar. No había consuelo para ella. Y sufría, sufría sin parar, y no había nada que frenara tal desconsuelo. Todo fue por ese maldito botón. Ese botón de nácar que se quedó atravesado en su tráquea y apagaba sus pulmones. Y gritaba, pero nadie apreciaba nada. Veían pero no miraban. Y allí estaba ella, en el pasillo, acompañada, pero sola, con un botón de nácar en su garganta.

Años atrás la habían abandonado, había librado una de las guerras más grandes apostándo por ella misma, pero perdió, y no perdió la batalla, perdió la guerra. Y tenía miedo, y desconfianza. Y se sentía absurda y sola, completamente sola. Sola con su botón, su botón de nácar que nunca le abandonaba. Apretado en su garganta, cortándole la respiración.

Los médicos dijeron que se llamaba ansiedad, ella no podía tener eso, porque ella era de las fuertes, de las que luchaban, de las que no se rendían, a pesar de haber perdido más de una vez, siempre se encontraba, y lograba caminar de nuevo y de nuevo deshojaba margaritas. Y de nuevo se encontró, y de nuevo sonrió, y aprendió a vivir con aquel botón de nácar atravesado en su garganta cuando sufría, cuando lloraba, aquel que los médicos llamaban ansiedad, pero ella no era de esas que tenían eso.

Ella era de las que luchaban, se reconstruían y se reencontraban. Sin duda, ella era de las fuertes, ella era vividora de la vida, porque a fin de cuentas, la vida es de lo que se trata.
D. Lorefield

martes, 17 de enero de 2017

Adiós




Ojo lo que me cuesta decir esa palabra. Siempre suelo sustituirla por "hasta luego", quizás porque indica que "luego" en algún momento vendrá. Y si alguien me dice "adiós" siempre respondo "mejor hasta luego". Siempre es mejor hasta luego que adiós y no porque  necesariamente ese adios represente que esa persona muere, ni porque ese "hasta luego" represente un luego real. No. Porque hay "adioses" de gente que no murió y "hasta luegos" que llegan a ser eternos. 

No me he hecho muchos propósitos para este año, salvo el decir "adiós" a todo lo que me sobra y decirlo en voz alta, sin imaginarlo, así, sin más "adiós". 

Adiós porque no me haces falta, 
adiós porque eres tóxic@, 
adiós porque no quiero ser tu segundo plato, 
adiós porque no quiero ser tu pasatiempo, 
adiós porque no quiero que me hables 
ni que me mires 
ni que me mandes un whatsapp sólo por cumplir. 
Adiós no porque sí, si no porque me merezco a gente que realmente digan "hasta luego" y ese luego no sea eterno, tan eterno que lleguen a pasar 12 meses sin saber de tí. 
Adiós porque me haces sentir mal, 
adiós porque no me gustan las promesas en vano, 
adiós porque no quiero gente como tú en mi vida, porque sí, porque yo (y tú y todos) llevo el timón de mi vida y haces que  mi barco se vaya a la deriva. 
Adiós, porque no te valgo, ni te sirvo, como tampoco tú a mí. 

Sí, creo que el propósito para este año será aprender a decir adiós, esa palabra con cinco letras que me provoca estragos. Pero aprenderé a decirla porque curará mi alma y sacaré esos lastres que tanto, tanto, tanto pesan en la vida. Porque no, no es necesario llevar en la agenda de tu móvil gente que no te haga reír, gente que no comparta vivencias y gente que sobre todo no te aporte, gente a la que sobras y te sobra más por lo poco que te aportan que por lo que sufres por ellos. Sí, este año, sin lugar a dudas, aprenderé a decir adiós. 

De momento mi agenda perdió un pequeñito eslabón al que estuve diciendo "hasta luego" durante 5 años, pero hoy decidí que fuera un adios definitivo. 

Porque no, no quiero ser la prioridad de tu vida, pero tampoco quiero ser un vacio, ese vacio que se viste de cansacio con harapos grises y raídos. Yo quiero ser algo más que eso, y tú dejaste de ser quien eras o quien yo quise que fueras, inventando mundos perfectos, dando cobertura a cada excusa tuya, dando cobijo a cada palabra tuya. No vale la pena. 

Debemos decir adiós a aquellos que simplemente no se merecen estar en nuestras vidas, y seguir adelante, porque de eso se trata la vida, y de momento que sepamos, sólo tenemos ésta. Y qué bien sienta mover el barco de sitio, soltar el ancla y seguir navegando dejando atrás a aquellas personas que nos hicieron sentir mal, que nos hicieron llorar, que nos utilizaron, que nos engañaron y que convirtieron nuestra vida en un rezo continuado para que las cosas se solucionen y haya un mañana para poder decir hasta luego. 

Pero no. No te engañes. Hay personas que merecen tú adiós y tú (¡¡¡ qué narices !!!) te mereces ser respetado, escuchado, amado como el que más.
D. Lorefield

martes, 10 de enero de 2017

Dos mil diecisiete




Feliz dos mil diecisiete, suena largo, suena eterno, y yo espero que de igual forma nos parezca así de largo, pues el 2016 que dejamos atrás, a mí me pareció demasiado corto, demasiado rápido, demasiado fugaz. 

Otra Semana Santa soñada y que pasó igual que llegó. De repente, las olas se marchaban con el verano y no eran ellas quienes corrían si no nosotros en nuestro coche para llegar a nuestra ciudad sin playa... Y sumábamos un año más al año de casados y al aniversario de novios, un año más en nuestra casa nueva, otras navidades que se fueron y nuestro portátil sobrevivió a la caída de un vaso de cocacola dejando las teclas "pegajosas" tras días sin poder encenderse. De repente un día me levanté y soplábamos las dos velas de mi hijo. 

¿Qué pasó con el 2016?, llegó, se fugó y nos dejó con recuerdos bellísimos que efectivamente no volverán, pero quedaron fotos enmarcadas, recuerdos en la memoria. Nos dejó alguna que otra cana de más, nada que no se pueda solucionar con un buen tinte. Porque no, no nos tocó la lotería, pero gracias a Dios tenemos salud, y hoy más que nunca es lo que más agradezco. 2016 se marchó, con pocas penas, y muchas glorias, se marchó dejando dibujados meses que no volverán, porque el tiempo nunca vuelve. 

2017 me trae nuevos sueños, nuevas metas, nuevas inspiraciones, agarrada de la mano y de la compañía de las dos personas que más quiero en mi vida: mis dos chicos, mi marido y mi hijo. 

Bienvenidos a 2017, como siempre, sentáos, ponéos cómodos, disfrutar de una buena taza de té o café, quizás zumo, o agua, en cualquier caso, bienvenidos a vuestra casa y gracias por estar aquí, en esta habitación que es tan mía como vuestra.