Páginas

martes, 7 de febrero de 2017

Malditas apariencias



No, no te equivoques, no me conoces, aunque crees conocerme. No suelo creer en los dichos, la verdad sea dicha, pero hay un dicho que reza algo así como "las apariencias engañan", y tanto que engañan. No te has tomado un café conmigo, no sabes cual es mi color preferido, no sabes nada de mí, así que no te equivoques, porque no me conoces, aunque crees conocerme.

Que las faldas cortas,  los labios pintados y ligarse a un tío por la noche te convierten en una chica de Montera ¿y qué si lo eres?, como tampoco las niñas buenas con faldas hasta los tobillos, esas que no dicen mentiras, y van a misa, son tan buenas como ellas mismas le cuentan a este mundo.

Este mundo que se rige por dichosas y ridículas apariencias, cuando la apariencia no es más que lo que tú eres en tu interior, y para saber eso, deberíamos mirar hacía adentro. Meter nuestros ojos en nuestro propio cuerpo y mirar atentamente.

Que no existen las princesas y que si existen yo no soy esa, que nunca fui de buena ni de mala, que no soy una película, ni un cuento de hadas, que como todos tengo defectos y ay de mí el día que crea  no tenerlos. Que soy una estátua inacabada, que por no saber no sé ni coser, ni hacer un remiendo a un dichoso pantalón que sólo guardo por su recuerdo. Que soy la imperfección personificada, que soy el Desastre más absoluto, la cabeza más loca, que no me considero mentirosa, pero mentí cuando creí que debí hacerlo y tal vez me equivoqué, o tal vez no, no lo sé.

Que muchas veces voy sin frenos, cuesta abajo y abajo sólo me espera un muro de cemento y para frenar, sólo tengo mis manos. Puñetero mundo, que juzga, critica y señala con el dedo a todo aquel que se sale de la norma, ¿pero de qué puta norma hablamos?, ¿quién la impuso?, ¿tal vez quien sube cada año la tarifa del transporte público, los alimentos, la luz, el agua, el gas y se olvida de subir ni un céntimo la nómina? Pues que les den.

No, no soy perfecta ni pretendo serlo, y ya no quiero ser políticamente correcta, porque nunca me gustó la política y odio ser correcta. Es así de sencillo, y si crees que conoces a aquel que tanto criticas, tómate un café con él, gasta una hora de tu tiempo escuchándole, luego regresa a tu casa, mírate al espejo y pregúntate: te gustaría que hablasen de tí?, porque hay palabras que hacen daño, hay algunas que incluso llevan una daga invisible que te atraviesa hasta el alma, y sólo lo sabes porque hasta respirar te cuesta.
D. Lorefield

No hay comentarios:

Publicar un comentario